—Mari, céntrate, por favor. ¿Qué dice el artículo?
Julián, con la cara vuelta hacia arriba, examina la rejilla de la campana extractora. Las gotas de grasa se acumulan por toda la superficie. Es una grasa extraña, de un color que nunca ha visto. No se atreve a tocarla. Ni por asomo.
—A ver. —Mari se ajusta las gafas sobre la nariz, pasa el dedo por el iPad y lee—. Cuanto más tardes en limpiar este asunto doméstico, más difícil será eliminar la suciedad. Para quitar la grasa, la parte más complicada, existe una técnica muy eficaz que dejará como nueva la campana extractora.
La pálida luz parpadea varias veces en la vieja cocina. Mari mira hacia arriba, a la bombilla desnuda que pende de un cable retorcido como el tendón de un animal, mientras Julián frunce el ceño.
—Asco de casa rural —farfulla él.
—¿Vale ya, ¿no? Hemos venido hasta aquí para limpiar los chakras. Lejos de la ciudad, del ruido y de los problemas del trabajo.
—Lo que tú digas, pero antes hay que limpiar esta asquerosidad de la campana. Me niego a hacer la cena con esto encima.
Mientras Mari vuelve la atención al iPad, Julián ojea los agrietados azulejos de la cocina. No se había fijado hasta ese momento, pero las juntas también acumulan un fluido glutinoso y oscuro. Y la luz apenas llega a los rincones de la cocina, donde imagina inmundicias sin nombre. Un escalofrío le recorre la espalda.
—¿Cómo dices que encontraste esta casa?
—Un momento —corta Mari, concentrada en el espectral brillo de la pantalla del iPad—. Mira, esto dice: ablanda la grasa con una mezcla infalible de ingredientes que seguro ya tienes en casa. Pon en el fuego una olla con agua, bicarbonato de sodio y el zumo de dos limones.
—¿Qué narices han cocinado aquí que suelta tanta mierda?
—¿Me has oído, cari?
Julián parpadea y aparta la mirada de la pared rezumante. Un sonido profundo, como una respiración gutural, ulula en el respiradero de la campana extractora. El vello de la nuca se le eriza.
—¿Qué ha sido eso?
—El viento de la sierra, supongo… —titubea Mari—. A ver, necesitamos bicarbonato de sodio y limones.
—Claro, nunca salgo de casa sin ellos.
—Vale ya, ¿no?
—Está bien —murmura Julián con una sonrisa nerviosa—. Me pongo a limpiar el chakra de la rejilla-sin-mácula, manipura chikipán.
—Eres insoportable.
Mari niega con la cabeza y sale de la lóbrega cocina, dejándolo a solas y en silencio. La distancia física que ahora los separa le recuerda el distanciamiento emocional entre ambos.
«Venir aquí ha sido una idea de mierda —piensa Julián—. Esto no hay quién lo solucione. En fin, a ver si encuentro algo con qué limpiar».
Junto a la campana extractora cuelga un armario de pared. Julián quiere abrirlo, pero da un respingo cuando roza los tiradores. Un fluido viscoso se ha pegado a sus dedos y forma hilos cuando los separa. Arruga la nariz y huele el gelatinoso humor.
No es grasa, es otra cosa. No sabría definirla. Una repugnante mezcla de cera de oídos con mocos. Y apesta a podrido. En su vida ha percibido algo así. Arruga el labio superior y se limpia los dedos con un trapo que cuelga del pomo de la churretosa puerta del horno.
—Mari.
Ella no responde.
Algo rasca el tejado y Julián se queda sin aire. Al llegar vio el gigantesco y anudado tejo que se cierne sobre la casa, y supone que el viento mueve las ramas. Sin embargo, siente un miedo repentino.
—¿Mari?
Presta atención. Una tubería se lamenta a lo lejos, seguida del llanto del agua corriente. «Mucha ecología, pero tu duchita no la perdonas», se dice con amargura.
Julián intenta alejar el miedo pensando en sus miserias cotidianas. En la incompetencia de su jefe, en las rencillas con sus compañeros de oficina, en la forma en que Mari espachurra los tubos de pasta dentífrica. Piensa en cómo ella elude hablar de la mancha que los separa cada día más. ¿Hace cuánto tiempo que no se sienten bien juntos?
Julián sale del aturdimiento y utiliza el trapo, que huele a medievo, para abrir el armario de pared. Está vacío, cubierto por una película de porquería, salvo por un tarro lleno de algo extraño. En la mitad superior es como un agua sucia y terrosa, en la mitad inferior es como un miasma parduzco.
—Qué puto asco. —Su propia voz le sorprende.
La campana extractora vuelve a ulular, los rasguños resuenan en el tejado, la tubería gimotea en las entrañas de la casa.
Julián respira más deprisa, pero siente la necesidad de acercarse al bote, tomarlo entre las manos y examinar el contenido. Lo agarra con el trapo y se coloca bajo la desvaída luz de la bombilla. Alrededor, la oscuridad se cierne sobre él.
Visto de cerca, el miasma tiene unos asquerosos coágulos que se mecen en el interior del fluido. Parecen vivos. Julián abre mucho los ojos y el bote se desliza entre sus manos. Revienta contra el suelo.
Los efluvios del tarro le salpican hasta la cara. Un repugnante hedor podrido le llena la boca. Julián da un paso atrás, el corazón batiendo en su pecho, hacia la penumbra. Se intenta limpiar el rostro con el trapo, pero el resultado es que se embadurna con el viscoso fluido del armario.
Una arcada le trepa por la garganta. Quiere llamar a Mari.
Un repentino estallido le arranca un gemido. La rejilla de la campana extractora se ha caído y estampado contra los fogones.
—¡Joder!
La bombilla parpadea. Julián quiere salir de ahí, la pestilencia es repulsiva. Da un paso atrás, hacia la puerta de la cocina, hundiéndose más en las tinieblas. En ese momento, un fluido inmundo chorrea desde la campana extractora, que empieza a aullar.
Julián retrocede un paso más.
Una mugrienta forma carnosa, una especie de gigantesco gusano con ventosas, emerge de la campana. Emite un sonido pegajoso cuando se retuerce y gira sobre sí mismo en el aire. Apunta en dirección a Julián.
Él se queda helado, paralizado por el horror.
El aullido suena ahora más fuerte. Mientras más gigantescos tentáculos brotan de la campana, el líquido viscoso fluye por el suelo y se acerca a los pies de Julián, que siente un nudo en la garganta.
Por alguna incognoscible razón, antes de que los tentáculos atrapen su cuerpo, Julián recuerda las palabras de Mari: «cuanto más tardes en limpiar este asunto doméstico, más difícil será eliminar la suciedad».
Este relato es una respuesta al segundo ejercicio del curso de Narrativa I de Caja de Letras: escribir un relato basado en una noticia extraña que salga en prensa y lograr que sea verosímil.